Ciudadanía Metropolitana

David Madden: “Las ciudades son algo más que un producto de inversión”

David Madden es Profesor del programa de Urbanismo en la London School of Economics y es co-autor con Peter Marcuse del libro “En defensa de la vivienda”

 

Barcelona tiene problemas de vivienda parecidos a Londres o Nueva York?

En principio, las leyes, la sociedad, la cultura y la demografía, son diferentes en Londres, Nueva York o Barcelona…

Pero usted los analiza en conjunto.

Porque responden a una misma lógica que impone el capital global, inversores de todo el mundo, que están comprando viviendas en el centro de las grandes capitales globalizadas, como Barcelona, Londres, Nueva York, Madrid, Berlín, París, Chicago…

¿Los efectos de esas inversiones son similares en todas las grandes capitales?

Sí, con todas sus peculiaridades locales, todas experimentan gentrificación (de gentry, clase alta ), es decir, la compra de vivienda en el centro y barrios populares para rehabilitarla y exigir precios inaccesibles a quienes los habitaban.

Los ricos redescubren el centro.

O al comprar bloques enteros los despueblan de vecinos para llenarlos de turistas con los apartamentos turísticos y empiezan los desahucios de los residentes de siempre. Es decir que reducen la diversidad urbana.

Y los sueldos no suben al mismo ritmo.

Lo que vemos es que la concepción de la vivienda como negocio globalizado genera ansiedad e inseguridad en todos, pero también en las clases medias y, sobre todo, en sus hijos, que son expulsados de la ciudad por los elevados costes de los alquileres.

Es un síntoma del éxito de las grandes capitales metropolitanas.

Pero el peligro es que mueran de éxito, porque la paradoja es que la concentración de recursos, servicios y talento en un área metropolitana sigue siendo un modo eficiente de hacer crecer la economía, pero, al mismo tiempo, esa economía de concentración genera desigualdad sistémica.

¿Vamos a centros de capital sólo para ricos o para turistas que pagan unos días?

Es un problema también para los propios ricos y para el futuro de la ciudad, porque si no tiene diversidad en su población, si todos sus residentes acaban siendo turistas o millonarios, pierde esa capacidad creativa y transformadora que han generado clases urbanas dinámicas y progresistas.

¿Pero la sociedad digital no permite vivir y trabajar en cualquier sitio?

Es la teoría, pero la práctica es que la digitalización está concentrando aún más la riqueza en pocas manos, que son las únicas que pueden pagar viviendas en los centros urbanos que rehabilitan.

¿Y los demás?

Son expulsados a la periferia y cada vez que quieren utilizar un servicio, ocio, o hacer un trabajo en el centro pasan largas horas en transportes públicos.

¿Regularía y subsidiaría los alquileres para mantener la diversidad de la ciudad?

Es lo que propongo. Que intervengamos desde el sector público para que las ciudades sigan manteniendo esa diversidad de población que las hace creativas, prósperas e interesantes para vivir.

¿Por qué no lo consigue el mercado por si solo?

Porque el real es, la propiedad inmobiliaria es hoy concebida sobre todo como un recurso financiero para aparcar grandes capitales y diversificar carteras. Ese proceso de reducción de la ciudad a producto de inversión liquida su capacidad creativa.

Es que también hay que vivir en ella.

Por eso, para contrarrestar esa dinámica de concentración de riqueza y mantener la diversidad residencial debemos ayudar a los jóvenes y a los más débiles; a los emprendedores y a los artistas; a los que están creciendo y los que siempre han vivido en ese barrio a que sigan dando pluralismo a todos los vecindarios.

¿No había sido siempre así?

Se han creado tecnologías que hacen mucho más fácil, segura, rentable y global la inversión en vivienda: fondos inmobiliarios muy diversificados que cotizan en bolsa, plataformas digitales de alquiler por días.

Nuevos modos de exprimir el ladrillo.

Y si abandonamos nuestras ciudades en exclusiva a esa lógica, acabarán degradándolas así que la pregunta ya no es si las administraciones deben o no intervenir sino cómo deben inter­venir.

¿Cómo intervenir: modulando precios o con políticas fiscales? ¿Sugerencias?

El problema de fondo común a todas las grandes urbes del planeta es que ya no se habitan sino que se consumen.

Hay quien no tiene más remedio que residir en ellas.

Y acaba viviendo en el transporte público. Cada país y ciudad debe responder con sus propias capacidades regulatorias, fiscales. Los contratos de alquiler no pueden ser sólo un negocio igual que no puede ser sólo un negocio un hospital, una escuela o una iglesia.

¿Alguna propuesta creativa?

Existen múltiples posibilidades de mutualizar la propiedad con cooperativas, en las que participarían las instituciones también, que deben ser apoyadas con medidas fiscales y otras.

¿Soluciones público-privadas?

Democráticas. Hay mucho trabajo por hacer entre políticos y ciudadanos para reconquistar nuestras ciudades para la gente.

 

Nota de Lluis Amiguet publicada en “La Vanguardia”